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¿Por qué es famoso el pulpo Paul?

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Quizá sea por el mediocre fútbol desarrollado la extinta justa deportiva [de Sudáfrica], quizá sea porque ninguna figura del balompié mundial brilló en el continente africano, quizá porque Brasil fue eliminado tempranamente o porque la selección anfitriona fue la primera –equipo sede– en la historia de los mundiales en no clasificar a la segunda ronda, quizás… 


Existen muchas probables explicaciones al boom social que generó un pulpo inglés habitante del Sea Life [acuario] de Alemania pero lo que sí es un hecho, y palpable, es que nunca un animal vivo había generado tanto impacto internacional llegando a ser conocido prácticamente por todo el mundo, superando y por mucho, en fama, al difunto Keiko [Willy] o a Zakumi, la mascota –o la que fue antes del dichoso octópodo– la mascota [oficial] del mundial del 2010.

Muchas personas empezaron a creer en él y más ante el hecho de que acertó a todas las predicciones [ocho en total], por así llamarlas, que realizó en el pasado mundial más las cuatro que ya acumulaba de la eurocopa del dos mil ocho. Otros tantos piensan que es cuestión de casualidad, algunos que al animal le atraen ciertos colores [aunque no los puede distinguir se piensa que se guía por la luz de ellos] o que es entrenado para el fin, el resto quizá se declaran un poco escépticos. Yo, por mi parte, tengo una teoría al fenómeno Paul:


El hombre tiene la necesidad de creer en algo o en alguien. Es algo inerte en el ser humano aunque algunos logran –o intentan– bloquear esa exigencia de la naturaleza humana. Es un hecho, además, que todas las civilizaciones de las que se tienen registro, desde las más antiguas, han tenido la curiosidad de saber sobre su futuro, tanto el próximo como el lejano. Siempre han existido –y existirán– profetas y adivinos, algunos que se dicen inspirados por un dios o dioses y otro bonche –muchos– confiesan que son dotados de poderes sobrenaturales.

La religión –sin sonar a herejía y sin ser atrevido como me dicen que lo soy [Desternillado de risa]– tiene su base, o parte de ella, en ese capricho sobre el conocer más allá de lo que le rodea. La religión ha venido a ser la respuesta a una de las preguntas universales del habitante racional del orbe: ¿Qué pasa –o qué me pasa– después de la muerte?.  


Algunos fundadores han resuelto el cuestionamiento argumentando que existe una vida más allá de la muerte y que esta vida –la terrena– es pasajera, otros iniciadores les dijeron a sus contemporáneos que vivimos en un eterno ciclo de reencarnaciones y que nuestros actos –el cómo vivamos– determinarán en qué reencarnaremos y si lograremos, algún día, ascender –trascender– hacia la fuerza –o el motor– del universo. Algunos más dicen que cuando morimos todo acaba pero independientemente de la religión que profesemos o la filosofía que adoptemos –ateísmo o agnosticismo entre otras más– alguna vez, mínimo, todo ser humano se ha preguntado o se preguntará qué le pasará cuando se muera encontrando en su fe o raciocinio la respuesta.

Es así que no es de extrañar el éxito que ha tenido el afamado pulpillo pues vemos, o al menos veo, la necesidad actual que tiene el hombre de creer en algo, y sobre todo, en algo que no le decepcione como en este caso el nulo espectáculo futbolístico desplegado en el mundial africano impulsó, como con una catapulta, a que los reflectores se fueran hacia quién no fallaba


Quizá podemos ver los creyentes –en este suceso– un foco rojo que lanza la sociedad hacia el cómo presentar al dios en el que creemos ya que uno de los motivos de la apatía religiosa de este nuevo siglo es precisamente porque el dios en el que se decían creer los ex-creyentes les ha fallado o porque los que llevan la religión y sus promotores [evangelizadores, fieles, sacerdotes, ministros, gurús] –en cualquier credo que podamos nombrar– han fallado y fallamos de alguna –o algunas– manera [s] propiciando con nuestro mal ejemplo que muchos deserten o no se interesen por lo que decimos creer. Para los ateos también puede ser una llamada de alerta hacia el cómo presentar su distinta forma de pensar a la sociedad y el cómo, sobre todo, hacerse notar buscando en sus escritos y conferencias ofrecer un pensamiento radical, abierto y sobre todo a prueba de refutaciones sin hacer perder en sus nuevos integrantes –y antiguos también– sus ilusiones.

Así pues a todos los seres humanos del orbe –y quizás algún día fuera de el– Paul nos invita a su manera a pensar detenidamente sobre la mediocridad que está envolviendo hombre y sobre todo el reflexionar hacia cómo cambiar de alguna forma esa manera tan tonta de vivir en donde un simple animal –qué estúpido se escucha– nos motiva y nos hace tener esperanzas creeyéndole a el.

¡Qué patética se está volviendo la sociedad!

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