Elegir: ¡qué difícil decisión!
Primero considero adecuado definir en base al diccionario de nuestra lengua, algunos términos. La RAE dice que la voluntad es: la facultad de decidir y ordenar la propia conducta y/o acto con que la potencia volitiva admite o rehúye una cosa, queriéndola, o aborreciéndola y repugnándola.
Sobre la palabra libertad, el diccionario define: facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos o estado y/o condición de quien no es esclavo.
La voluntad son las ganas o la empatía para realizar algo. Si tengo, por ejemplo, un conjunto de labores que realizar –por orden de alguien o por mero compromiso– la voluntad, en mí, determinará si lo hago o no, y al actuar condicionará la manera en que lo realizo. Explico.
Regularmente la voluntad está regida, en cierta manera, por el beneficio que obtengo de algo. El valor de dicha acción, el impulso por realizarla o no, será determinado, en mayor medida, por el costo/beneficio que obtengo de la misma: siempre, será claro, el hombre tenderá a buscar lo que más le beneficie y elegirá, desde luego, lo más lucrativo o benéfico.
De la libertad, del hecho de ser libres, se dice mucho. Es, de hecho, una palabra, me atrevo a decir, muy prostituida que junto con el término amor han perdido gradualmente su verdadero y potencial valor.
Filosóficamente sería un error caer solo al libre albedrío, esa capacidad que se dice tiene el ser humano de elegir el bien o el mal o determinada acción; sobre esta cualidad se dice mucho, incluso pensadores y científicos modernos aseguran que el libre albedrío, como tal, no existe, ya que el ser humano siempre está condicionado por algo que excede su comprensión, entendimiento y control: el cerebro; éste es, pues, según las teorías, quien elige primero; o sea, el inconsciente domina en prácticamente toda la vida a la conciencia y/o raciocinio.
Creo que será más conveniente no entrar en debate y determinar únicamente la vinculación de la libertad con la voluntad o no de elegir el bien, una tendencia, realmente, innata del hombre pues al menos que se esté psicológicamente enfermo el ser humano elegirá o tenderá al menos hacia el bien, llámese el bien común o individual, pero siempre buscará, de manera ególatra o social, el bienestar.
Elegir, escoger, seleccionar, determinar, optar… es algo que no les gusta a muchos pues implica, antes que nada, conocimiento de 1) lo que está en la mesa para elegirse y 2) las consecuencia que dicha selección traerá.
No en vano la libertad requiere de dos complementos para funcionar a la perfección: entendimiento y voluntad. La primera cuestión es la facultad de buscar y comprender el bien o mal consecuente de las opciones que tenemos, la segunda, por su parte, es la tendencia del ser humano a buscar el bien. Con estas dos armas es que el ser humano será libre de elegir determinados actos conociendo, de antemano, la ley física de que toda acción conlleva una reacción.
Pero la libertad y la voluntad no pueden encasillarse en cosas tan subjetivas como la elección del bien o mal, que sin duda son vitales e importantes, pero que no lo son todo en esta vida.
El hombre –y mujer– es una especie que tiende y puede ir hacia lo trascendente; la autorrealización dependerá tanto de la libertad –de querer hacerlo– como de la voluntad y/o ganas de realizarlo pues no basta decir: quiero trascender, es necesario actuar para conseguirlo; como popularmente se dice: a dios rogando y con el mazo dando.
Ese conjunto de decisiones que se toman en base y uso de nuestra libertad y voluntad determinará nuestra propia existencia ya que será ese conjunto de opciones bien o mal tomadas –con conocimiento propio de ello– las que regirán toda nuestra vida.
Como estas dos propiedades [libertad y voluntad] son humanas no están exentas de ser volubles, mundanas y fácilmente conformistas. El hombre, en especie, es un ser que evoluciona, cambia e incluso se adapta [en muchas ocasiones atentando contra su propia esencia] y es por ello que incluso las decisiones más firmes y sólidamente tomadas en ciertas situaciones de la vida pueden, en algún momento, verse alteradas y esto es por un motivo, considero, en particular.
Como mencioné anteriormente el ser humano es un ser ególatra o al menos egocéntrico, ¿qué quiere decir esto?, que siempre, o la mayoría de veces, cuando toma determinada decisión, lo hará con conocimiento de causa y esperando un bien; es raro, tristemente, encontrar acciones que tiene como consecuencia un fin altruista.
Es por eso que si ante una decisión tomada el contexto e incluso el camino que toma dicha determinación se ve en mayor o menor medida alterada, o al menos, que el resultado –tentativo– sea diferente al esperado el hombre siempre estará dispuesto –algunos– a cambiar de dirección, de decisión o de manera de realizar las cosas.
Hasta aquí explico lo mundano [deseo de tener] y lo voluble [alteraciones] que puede tener nuestra libertad/voluntad pero menciono algo más que considero es, dentro de este análisis, importante señalar.
La voluntad, la libertad y el propio ser humano es conformista, ¿qué es eso?, que así como evoluciona para adaptarse al medio ambiente donde se encuentra o al contexto social en el que se desarrolla, de la misma manera se adecúa, lamentablemente, a los deseos ajenos. Eso quiere decir que por más libertad y voluntad [entre comillas] que tengamos siempre o la mayoría de veces estamos limitados por otros.
Pero estos límites muchas veces no son impuestos, nosotros mismos los aceptamos, irónicamente, libremente. Una cosa es decir que tenemos límites con respecto a robar o no, que se puede argumentar es algo que atenta contra nuestra libertad que lejos de eso busca una sana y adecuada convivencia social, y otra, muy distinta, es aceptar la limitante de un familiar [padres, cónyuge] o un superior cuando pretendemos un algo superior, una trascendencia.
Muchas veces aunque tengamos libertad y supuesta voluntad, supuesta porque si existiera realmente dicha característica la decisión seguiría firme, para tomar una determinación nos vemos limitados, libremente, por alguien.
Lo realmente importante para el hombre, en general, es saltar dichos obstáculos ya que, como se mencionó, somos libres de decidir nuestro futuro y/o acciones; una cosa es ser flexible y prudente en determinados contextos o frente a ciertas personas, y otra, muy distinta, es atentar en contra, por nuestro entorno, de nuestros ideales, metas, sueños e ilusiones.
El hombre, en su capacidad de especie racional, es libre pero muchas veces prefiere la pereza de pensar –lo que está bien y lo que está mal– y de cuestionarse así mismo, introyectar, para descubrir lo que le es mejor.
Nadie mejor que nosotros mismos para saber lo que es mejor y lo que, sobre todo, nos brinda o brindará un resultado más benéfico o satisfactorio.
Imagen | Flickr
[elegir, voluntad, libertad, características filosóficas del ser humano, individuo, reflexiones para la vida]
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