Durante el Holocausto: ¿dónde estaba dios?
Auschwitz, Polonia. Domingo veintiocho de mayo de dos mil seis. Extracto del discurso de Joseph Ratzinger en calidad de papa durante el evento de clausura de su viaje apostólico: "¡Cuántas preguntas se nos imponen en este lugar! Siempre surge de nuevo la pregunta: ¿Dónde estaba Dios en esos días? ¿Por qué permaneció callado? ¿Cómo pudo tolerar este exceso de destrucción, este triunfo del mal?"...
Ayer [dos de mayo de dos mil once] fue el día 27 del mes Nisán del año 5771 en el calendario hebreo. Ese día es para los judíos el Yom Hashoah (יום השואה) o día del recuerdo del Holocausto [una vaga traducción] durante el cual se recuerda anualmente a las víctimas de la masacre, siendo feriado para la nación de Israel.
La palabra Holocausto proviene de la traducción de la Tanaj [Biblia hebrea] en girego conocida como “versión de los setenta” que literalmente se lee como “completamente quemado”. Entre los judíos suelen usar el término shoah ó sho'ah (del hebreo השואה, que significa «masacre»). Se utiliza [holocausto] porque tras la solución final, asfixiar con gas tóxico en cámaras herméticas a los judíos, los cuerpos de los asesinados era cremados en hornos.
El cálculo oficial de víctimas –de la que historiadores opinan que se queda muy corta– de esta era genocida nazi es de algo más de seis millones de judíos, 800.000 gitanos, cuatro millones de prisioneros de guerra soviéticos o víctimas de la ocupación, y unos millones más entre polacos, presos políticos, homosexuales, personas con limitaciones físicas o psíquicas y delincuentes comunes.
Y ante estas evidencias históricas surgen algunas interrogantes:
¿Por qué un creador justo y amoroso permitió que trenes y trenes llegaran llenos de seres humanos listos para ser asesinados en Auschwitz? ¿Pero por qué limitarse sólo a Auschwitz? ¿Dónde está dios cuando una sola víctima inocente está siendo asesinada, violada o abusada?
Joseph Ratzinger respondió –en el discurso que aludo al inicio– de una manera nada clara: “No podemos escrutar el secreto de Dios. Sólo vemos fragmentos y nos equivocamos si queremos hacernos jueces de Dios y de la historia.”
¿Pero convence?
¿Pero convence?
Si dios interviniera –argumentan los creyentes– constantemente para evitar la crueldad y la violencia del mundo éste sería un planeta sin libertad y una vida sin ella no tendría sentido para la existencia de una criatura con libre albedrío como su principal característica; esa especie somos los hombres según las religiones monoteístas.
Es éste dote lo que hace al ser humano una especie singular, dicen las religiones: el poder elegir entre el bien o el mal. Unos deciden dar de comer al hambriento; otros cargar trenes de personas rumbo a cámaras de gas pero cualquiera de las dos se eligen de manera libre.
El dios del Sinaí habló a hombres y mujeres quienes no son programables para acatar el decálogo, de hecho leemos en el mismo relato bíblico cómo es constante la infidelidad del pueblo hebreo –aún en el desierto– hacia con su dios. El pueblo acata o declina las normas morales y conductuales de YHWH; eso se sigue aplicando hasta el hoy.
Dios no falló durante la masacre ni falla cuando el ser humano comete barbaries. Auschwitz no es el resultado del silencio o apatía del dios del no matarás sino las tragedias genocidas ocurren cuando el hombre y la mujer se rehúsan a acatar la voluntad divina. Y como en las faldas del Horeb –el otro nombre que da los textos bíblicos al Sinaí– el hombre conoce las consecuencias reales de seguir o rechazar el decálogo divino.
“Tú nos arrojaste a un lugar de chacales y nos cubriste de tinieblas […] por tu casa nos degüellan cada día, nos tratan como ovejas de matanza. Despierta, Señor, ¿por qué duermes? Levántate, no nos rechaces más. ¿Por qué nos escondes tu rostro y olvidas nuestra desgracia y nuestra opresión? Nuestro aliento se hunde en el polvo, nuestro vientre está pegado al suelo. Levántate a socorrernos…”
¿Son estas líneas la última plegaria de la mundialmente conocida Ana Frank o de algún otro judío en algún campo de concentración? No, dichas líneas son más antiguas, provienen del Salmo 44 [vv 20. 23-27].
“El dios en el que creemos –judíos, musulmanes y cristianos, de hecho– es un dios de la razón, pero de una razón que ciertamente no es una matemática neutral del Universo, sino que es una sola cosa con el amor, con el bien” – palabras tomadas del mismo discurso del Papa Ratzinger.
Los opositores del pueblo judío –el actual antisemitismo– alegan que no es sano recordar constantemente la tragedia: ¿para qué?, se preguntan. El pasado no tiene que ser solo eso: “nos señala [el pasado] qué caminos no debemos tomar y qué caminos debemos tomar” enfatizó en 2006 en Auschwitz el sucesor de Pedro.
Pero el recuerdo de tales hechos no se tiene que hacer únicamente para emplearse como algo didáctico y mucho menos tiene por qué provocar el odio sino invitarnos a reconocer cuán terribles son las consecuencias del odio. Tenemos que hacer el bien –siendo creyentes o ateos– no porque lo manden unas normas “dictadas” por dios o porque lo diga nuestra conciencia sino como fruto de la razón, de la lógica y como señal de empatía hacia el otro buscando alcanzar la paz y el amor universal no como hijos de un mismo dios -meta de un creyente- sino como miembros de una misma especie.
Aunque esto, lamentablemente, no le regresa la vida a nadie y mucho menos justifica la barbarie.
Aunque esto, lamentablemente, no le regresa la vida a nadie y mucho menos justifica la barbarie.
¿Dónde estuvo, si existe, dios?
Imagen | Viajar24h.com
Palabras de Ratzinger | Vatican.va
Información sobre Holocausto y estadísticas | Wikipedia
(shoá, shoa, holocausto, judíos, Auschwitz)
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